

Por Elijah J. Magnier: @ejmalrai
Traducción: Diego Sequera
Sayyid Hassan Nasrallah, el Secretario General del Hezbolá libanés, goza de un apoyo incomparable entre los chiíes en el Líbano y de forma más amplia en el Eje de la resistencia que dirige. Es el líder más famoso de su país y es altamente respetado y tomado en cuenta tanto por amigos como sus enemigos, en particular Israel. Sin embargo, desde que el deterioro de la situación financiera se ha agudizado, no se encuentra más en una posición envidiable y necesitará habilidades excepcionales para mantener al Líbano unido en un momento en el que sus supuestos aliados políticos exhiben un comportamiento poco amistoso. Los seguidores y aliados políticos de Hezbolá ya no se encuentran en armonía. Las tensiones ahora alcanzan niveles sin precedentes, no sólo en las redes sociales, sino también en relación a las opciones políticas. Hay varias razones para esto.
Sayyid Nasrallah tiene una influencia sin par sobre sus simpatizantes al punto que la mayoría de ellos se hacen eco de la palabra “Sayyid” -como le llaman sus seguidores que también usan el acrónimo Samahto, significando su eminencia en su abreviatura; un título religioso. Sus discursos se vuelven la hoja de ruta para seguidores, analistas, periodistas, políticos, y los detalles de sus puntos de vista y sus ideas se replican en la mayoría de las plataformas mediáticas.
Pero esto no impide que miembros de la misma sociedad que engendró a Hezbolá -de las que la organización forma parte integral- estén en desacuerdo con las declaraciones del Sayyid en relación a su vínculo político con sus aliados, en particular el partido cristiano más grande, “Tayyar al Watani al-Hurr”, el Movimiento Patriótico Libre (MPL). De hecho, los seguidores de Hezbolá decidieron omitir las recomendaciones del Sayyid y “tomaron las riendas de la noche como las de un camello” (una expresión que el Imán Hussein Bin Alí usó con sus seguidores el día antes de la última batalla de Kerbala, cuando invitó a su gente a partir al caer la noche para evitar ser vistos por el enemigo y escapar de la muerte al día siguiente). En las redes sociales, otra guerra tiene lugar en la que los seguidores de Hezbolá severamente ventilan sus frustraciones, infringiendo la zona de confort de la organización y desafiando sus preferencias políticas.
En uno de sus últimos discursos, Sayyid enfatizó la importancia de moderarse en los intercambios en redes sociales entre aliados de todos los lados, afirmando que el vínculo con ellos es robusto y está en buenas condiciones. Sayyid Nasrallah quiso desinflar los actuales niveles de tensión, resultado de una serie de eventos que se dieron en el país. Sin lugar a dudas, el líder de Hezbolá tuvo la esperanza de afrontar los verdaderos problemas con los aliados desde un ángulo distinto, lejos de las plataformas públicas.
Pero miremos lo que realmente está ocurriendo en el Líbano. Detrás de este artículo no hay ninguna agenda oculta ni intención alguna de avivar las actuales diferencias domésticas. Su propósito es revelar una realidad que los libaneses están descubriendo en este período de angustia financiera en el que ha vivido el país por meses. El nivel de disenso ha aumentado al punto en el que se vuelve ineludible. Llegó el momento de abordar ese desacuerdo.
Líbano ha estado en un estado de discordia aguda desde que su gente tomó las calles el año pasado para exigir mejoras en sus condiciones de vida y expresar su rechazo por los políticos responsables de décadas de corrupción y mala administración. Esto aterró a todos los políticos en ese momento porque se dieron cuenta de que el pueblo libanés estaba alzándose contra todos ellos, y ellos quedaron acusados de ser los responsables de las tres décadas de robo, falta de oportunidades de trabajo, injusticia y corrupción.
Similar a las manifestaciones en Irak, la embajada estadounidense intentó subvertir la ola de protestas populares para desviar a los manifestantes hacia el enemigo más temido de Israel, Hezbolá.
El Movimiento del Futuro -fundado por el fenecido primer ministro Rafiq Hariri, ahora dirigido por su hijo Saad, ambos denunciados por los manifestantes- escaló la situación al extremo en el que sus simpatizantes cerraron la única carretera que conecta Beirut con el sur de Líbano. Hariri estaba molesto por no haber logrado nada en esta selección de nuevo gobierno y fue reemplazado por Hassan Diab. Hariri se arrepintió de haber aprobado la elección de Diab y desde entonces se ha dedicado a socavar cualquier posibilidad de éxito del nuevo gabinete.
Cerrar la vía Beirut-Sur del Líbano significaba bloquear el movimiento de Hezbolá hacia el sur, necesario para mantener la presteza militar en caso de una posible guerra con Israel. Luego de repetidos intentos de bloquear esta ruta vital, Hezbolá convocó a sus reservas ubicadas a lo largo de esta carretera a estar preparadas para despejarla por la fuerza. En este punto intervino el ejército libanés para evitar una confrontación, desactivando tensiones y alcanzando un compromiso para mantener la carretera abierta todo el tiempo y todo momento. El objetivo era conservar los derechos de los manifestantes pacíficos mientras se evitaba que agitadores con una agenda política compremetieran la co-existencia libanesa entre distintas religiones.
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Sayyid Nasrallah advirtió sobre las diferencias en redes sociales que distorsionan la naturaleza de las relaciones entre Hezbolá y el MPL. Sin embargo, es una realidad que Basil ha perdido el apoyo de los cristianos Suleiman Franjiyeh y Samir Geagea, del líder druso Walid Jumblat, del suní Saad Hariri y del chií Nabih Berri. La base de Hezbolá ya no simpatiza con el MPL al grado en que no lo hacía antes de la crisis. Aunque Samir Geagea, el oponente más feroz de Basil, no tiene a la mayoría de los crisitianos de su lado, ha reducido la distancia respecto a Basil.
Al líder del MPL ahora sólo le queda Hezbolá como aliado; a diferencia de Geagea, no goza del apoyo de Estados Unidos. Cuando llegue el momento de las elecciones presidenciales, los norteamericanos no recordarán las disculpas de todos los funcionarios del MPL a la embajadora, porque Estados Unidos simplemente no tiene aliados sino intereses. En cualquier caso, Estados Unidos ya no se encuentra en posición de decidir quién será el próximo presidente libanés.
El actual gobierno de Hassan Diab decidió no rendirse respecto a occidente sino a diversificar sus opciones y acelerar su colaboración con China. También está firmando acuerdos con Irak para importar combustible y gasolina a cambio de agricultura libanesa y productos locales con facilidades de pago generosas. Los libaneses ya están recibiendo alimento y medicinas de Irán. La hambruna ya no es inminente mientras Hezbolá esté apoyando a la población chií para cultivar la tierra, ofreciendo fertilizantes y otros insumos agrícolas.
La posibilidad de guerra civil es remota. Nadie puede hacerle frente a las fuerzas armadas libanesas y a Hezbolá. Ambas entidades representan una muralla ante cualquier posibilidad de guerra civil cuya existencia está principalmente limitada a las redes sociales.
Hezbolá está demostrando un alto grado de tolerancia incluso hacia los libaneses que se manifestaron frente a la embajada de Estados Unidos ofreciendo sus condolencias por los marines que murieron en Beirut en el ataque bomba de 1983, provocado por el bombardeo estadounidense de varias locaciones libanesas y por tomar partido en la guerra civil. Aunque estas protestas representan una demostración folclórica y su peso en la política libanesa es insignificante, Hezbolá no se está comportando como el último dominador sobre el terreno o el gobierno, incluso siendo la fuerza militar más poderosa en el país y siendo parte de la coalición política más grande.
Hezbollah se ha destacado por caminar entre las minas domésticas y regionales y por cambiar la situación de sus enemigos en el momento adecuado. Las alianzas en el Líbano se han visto sacudidas por una crisis económica que se espera que dure muchos años. Esta crisis pondrá a prueba la diplomacia de Hezbolá y la cohesión de sus miembros.
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