
Por Elijah J. Magnier
Desde el inicio de las hostilidades el 7 de octubre, la iniciativa militar de Hezbolá contra Israel ha sido evidente. El grupo ha lanzado ataques con cohetes contra diversas instalaciones y activos militares israelíes. Entre los objetivos se encontraban más de una docena de tanques Merkava-4, instalaciones de radar en Raheb y Jal al-Alam, el cuartel militar de Zarit, una base naval cerca de Ras al-Naqoura, puntos estratégicos en la colina de Tayhat, el puesto avanzado de Malikiyah, el emplazamiento de Ruwaisat al-Alam en las colinas de Kfar Shuba y las zonas militarizadas de la región ocupada de Shebaa. Estos ataques abarcaron una amplia zona geográfica, desde el extremo oeste hasta el extremo este, y causaron bajas en el ejército israelí. En represalia, Israel ha centrado sus contraataques en los bastiones de Hezbolá, perdiendo a varios miembros de Hezbolá en el proceso. Sin embargo, recientemente se ha producido un cambio preocupante en la dinámica del conflicto. Un atentado se saldó con la desgraciada muerte de dos civiles libaneses y un periodista, y con varios heridos.
Este alejamiento de las reglas de enfrentamiento establecidas anteriormente, en las que Hezbolá atacaba principalmente emplazamientos militares y mantenía a los civiles fuera del fuego cruzado, plantea preguntas urgentes. ¿Significan estos últimos incidentes un cambio en la estrategia operativa de Hizbulá? Y, lo que es más importante, ¿se está preparando la organización para ampliar su ofensiva, atacando potencialmente posiciones israelíes a más de 3-5 kilómetros de la frontera libanesa?
Durante los últimos 15 años, Israel ha mostrado una confianza inquebrantable en sus capacidades militares, aparentemente ajeno a la complacencia progresiva que ha afectado a sus filas. En marcado contraste, Hezbolá emprendió una rigurosa autoevaluación tras la guerra de julio de 2006 en el Líbano, identificando vulnerabilidades, aprendiendo de batallas pasadas y mejorando sus capacidades de lanzamiento de cohetes. La organización analizó meticulosamente los puntos fuertes y débiles del ejército israelí y llegó a la conclusión de que necesitaba una fuerza destructiva comparable para contrarrestar la dominante fuerza aérea israelí.
La estrategia de Hezbolá se centró en construir un formidable arsenal de cohetes. Su objetivo era lanzar cohetes continuamente, con mayor precisión, e igualar la potencia de fuego explosiva de Israel. El grupo se dio cuenta de que no necesitaba misiles de largo alcance para apuntar a Israel; un radio de 450 kilómetros era suficiente para cubrir todo el país. Los cohetes con un alcance de sólo 100 kilómetros eran suficientes para apuntar a ciudades vitales como Tel Aviv. Y lo que es más importante, el objetivo estratégico de Hezbolá son lugares estratégicos como Haifa, que se encuentra a 30-40 kilómetros de los posibles puntos de lanzamiento. Esta ciudad, centro industrial y económico israelí, alberga varias infraestructuras críticas. Haifa es un centro neurálgico vital para la economía y las infraestructuras de Israel, desde plantas químicas e industriales hasta instalaciones de tratamiento y refinado de agua, centrales eléctricas y puertos de gran actividad. Un ataque exitoso con cohetes contra esta ciudad podría causar una devastación inmediata y efectos a largo plazo sobre la estabilidad y el crecimiento económico de Israel. El hecho de que Hizbulá se centre en este tipo de objetivos subraya su intención de paralizar no sólo el ejército sino también la columna vertebral económica de la nación.
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