El desbordamiento bélico de Israel parece inminente: De una percepción de invencibilidad a una realidad de incertidumbre.

Por Elijah J. Magnier:
En una situación que evoluciona rápidamente, las tensiones entre Líbano e Israel están a punto de estallar. Fuentes fiables han indicado que el frente norte, que ha sido testigo de escaramuzas en el pasado, está al borde de la guerra total. Esto se produce en medio del conflicto en curso en Gaza, que presenta a Israel el desalentador desafío de luchar potencialmente en dos frentes a la vez.
Según los informes, Hezbolá, el grupo político y militante chií con base en Líbano, ha aumentado su nivel de movilización. El movimiento marca un cambio significativo en la estrategia del grupo, indicando su intención de participar activamente en la batalla junto a las facciones palestinas en Gaza. Un esfuerzo coordinado de este tipo pretende poner en aprietos a las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF) y explotar el elemento sorpresa.
Este desarrollo marca una escalada significativa en la dinámica de la región. Aunque siempre se han esperado escaramuzas e intercambios de disparos en la frontera entre Israel y el Líbano, un enfrentamiento a gran escala en el que participe Hezbolá marcaría una nueva y preocupante fase en el conflicto.
La decisión de Hizbulá de apoyar activamente la causa palestina en Gaza abriendo un segundo frente contra Israel no tiene precedentes. Subraya el compromiso del grupo con la causa palestina y su voluntad de enfrentarse directamente a Israel. Este movimiento podría alterar potencialmente el equilibrio de poder en la región y tener implicaciones significativas para Oriente Próximo en general.
Sin duda, la comunidad internacional seguirá de cerca el desarrollo de los acontecimientos. La perspectiva de que Israel se vea arrastrado a una guerra en dos frentes plantea retos significativos, tanto militar como diplomáticamente. La implicación de Hezbolá, respaldada por Irán, añade otra capa de complejidad a una situación geopolítica ya de por sí complicada.
A medida que se desarrolla la situación, se espera que se activen los canales diplomáticos para evitar una mayor escalada y la posible pérdida de vidas a gran escala. Se insta a la comunidad internacional a que intervenga, medie y busque una solución pacífica para evitar que la región descienda a un conflicto prolongado y devastador.
A raíz de las recientes tensiones, Israel y sus aliados han caído en la cuenta de que someter por completo a las facciones palestinas de Gaza puede ser más un espejismo que un objetivo factible. Las desgarradoras estadísticas hablan por sí solas: más de 2.800 palestinos, una proporción significativa de civiles, han perdido la vida, y otros 8.800 han resultado heridos. Sin embargo, los ataques con cohetes continúan sin cesar, a diario, y algunos llegan hasta Haifa y Eilat, ciudades situadas a unos 240 kilómetros de Gaza.

Esta implacable embestida ha provocado malestar entre los colonos israelíes, lo que ha generado inquietud sobre la estabilidad futura de Israel. En respuesta, Tel Aviv ha intensificado su ofensiva, con la esperanza de paralizar a Hamás, destruir Gaza y restaurar una apariencia de seguridad que parece cada vez más difícil de alcanzar.

Se ha producido un cambio sísmico en la confianza del público israelí en su ejército, un sentimiento que no se veía desde la guerra de octubre de 1973. La operación de inundación de Al-Aqsa ha dejado a muchos en Israel, desde colonos a expertos militares, cuestionando la eficacia de sus fuerzas armadas. A pesar de presumir de una tecnología militar de vanguardia, los sistemas de defensa de Israel se vieron sorprendidos por una importante incursión de las fuerzas de élite de Hamás, que condujo a ataques con éxito contra 11 centros militares y 20 asentamientos.

Esta serie de acontecimientos ha sacudido los cimientos de la doctrina militar israelí. Una declaración del comandante de la región central de Israel admitiendo el fracaso del ejército a la hora de proteger a sus ciudadanos ha enviado ondas de choque a toda la nación. Esta admisión es especialmente conmovedora dado el contexto histórico de Israel, en el que la migración de colonos de todo el mundo a Palestina, con la única religión judía en común, ha desempeñado un papel crucial.
La legislación israelí incluye disposiciones que permiten confiscar viviendas palestinas si los propietarios originales emigraron durante la Nakba de 1948. Además, hay viviendas en los asentamientos que muchos observadores internacionales, incluidas las Naciones Unidas, consideran ilegales porque están construidas en tierras que pertenecen a los palestinos o que fueron donadas o están bajo la custodia del Reino Hachemita de Jordania, en particular sobre Tierra Santa.

La posición de Israel respecto a la Resolución 194 de la ONU y su política sobre el retorno de los palestinos ha sido controvertida durante mucho tiempo. A pesar de ello, las autoridades israelíes han atraído a colonos de todos los orígenes, prometiéndoles seguridad en la “Tierra Prometida”.
A la luz de los recientes acontecimientos, Israel está desesperado por reconstruir su imagen de “ejército invencible”. Pero la tarea parece hercúlea, sobre todo cuando un simple grupo de 1.200 combatientes palestinos de élite podría desafiar a una fuerza tan formidable pero tan poco motivada. La desilusión cunde entre los colonos y muchos expresan una fe cada vez menor en la capacidad del ejército israelí para protegerles.
Aunque Israel parece unido detrás de su ejército, las encuestas internas pintan un panorama diferente. Al parecer, una parte significativa de la población israelí culpa al primer ministro Benjamin Netanyahu de la agitación actual, al considerar que las políticas de línea dura de su gobierno desencadenaron el levantamiento palestino.
Las agresivas acciones militares de Israel en Gaza, que han provocado un número alarmante de víctimas, incluida la muerte de al menos 700 niños, han suscitado la preocupación internacional. Aún así, no se ha hecho nada para detener lo que constituye una violación del derecho internacional y un crimen contra la humanidad. La estrategia de desplazar a 1,3 millones de residentes de zonas como Beit Lahia, Beit Yahoun y Jabalia, en el norte de Gaza, ha sido recibida con escepticismo y críticas en la escena internacional. Las acciones del ejército israelí no se han limitado a atacar a los militantes. Al parecer, no ha dudado en atacar convoyes de civiles desplazados. Unas 430.000 personas han huido del norte de Gaza por miedo a los intensos bombardeos. A pesar de las garantías de seguridad israelíes, estos desplazados se enfrentaron a amenazas mientras se desplazaban hacia el sur, en dirección a Rafah.

Algunos analistas creen que esta estrategia pretende recrear una situación que recuerde al éxodo palestino de 1948 y facilitar potencialmente cualquier operación militar terrestre israelí asegurándose de que las zonas estén desprovistas de civiles.

Según la petición israelí, un desplazamiento a tan gran escala de 1,3 millones de civiles en un plazo de 24 horas es prácticamente inviable, como señaló Josep Borrell, vicepresidente de la Comisión Europea. Pero lo más sorprendente es la falta de una condena enérgica por parte de Borrell y otros líderes europeos de la posible violación por parte de Israel del derecho internacional y de las resoluciones de Naciones Unidas.

La reticencia de muchos líderes europeos, salvo unos pocos, como Noruega, a criticar abiertamente a Israel es evidente. Es posible que un poderoso grupo de presión sionista en Europa influya en esta reticencia, presionando a los gobiernos para que mantengan una postura favorable hacia Israel independientemente de sus acciones. Envalentonado por este silencio internacional, el gobierno de Netanyahu ha adoptado una postura aún más agresiva en Gaza.

En cuanto al inminente asalto terrestre israelí a Gaza, el reto de neutralizar a los 30.000 a 40.000 combatientes de Hamás y la Yihad Islámica que se calcula que hay en Gaza es monumental. La apreciada imagen del “ejército invencible” de Israel se ha visto empañada y ahora muchos lo consideran una fuerza que inflige importantes bajas civiles con su fuerza aérea. El impacto de la Operación Al-Aqsa Flood en la imagen global de Israel y en su atractivo para los potenciales inmigrantes judíos es profundo y de gran alcance.

La situación en Gaza sigue siendo fluida y compleja. Los planes de Israel de endurecer su bloqueo y posiblemente evacuar los asentamientos cercanos a Gaza apuntan a una posible incursión terrestre inminente. La inquebrantable determinación de la resistencia palestina, unida a la preocupación de la comunidad internacional y al apoyo de grandes potencias como Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania a Israel, hace que la situación sea aún más volátil.

La crisis humanitaria en Gaza se agrava a un ritmo alarmante. Los hospitales están desbordados y la infraestructura sanitaria está al borde del colapso. El potencial de contaminación del agua es otra gran amenaza. Los miembros del gobierno israelí se han negado a ser “sermoneados” por la comunidad mundial e insisten en privar a los 2,3 millones de habitantes de Gaza de todos los medios de supervivencia, haciendo caso omiso del derecho internacional y de la Convención de Ginebra.

La comunidad internacional sólo ha expresado su preocupación por las acciones de Israel, y muchos le acusan de violar el derecho internacional hasta el punto de cometer crímenes de guerra. Sin embargo, grandes potencias como Estados Unidos, Reino Unido y Alemania han apoyado principalmente a Israel sin tener en cuenta la gravedad de sus acciones. Este apoyo ha hecho que la situación en Gaza sea precaria, sobre todo porque los ministros israelíes han prometido aplastar la resistencia palestina.

En un acontecimiento relacionado, el presidente estadounidense Joe Biden se enfrentó a una controversia por su afirmación inicial de haber visto imágenes de niños decapitados. La Casa Blanca aclaró posteriormente que la información procedía de fuentes israelíes y que no había pruebas fehacientes. Esta revelación ha llevado a especular con la posibilidad de que EEUU no se base en sus servicios de inteligencia o en las evaluaciones militares de Israel a la hora de formular su postura sobre el conflicto de Gaza. En su lugar, los críticos sostienen que EE.UU. puede estar intentando desviar la atención del intenso bombardeo israelí de la ciudad de Gaza, que ha causado importantes víctimas civiles y obstaculizado la entrega de suministros esenciales como alimentos y ayuda médica.

El ministro de Energía israelí, Israel Katz, ha adoptado una postura firme sobre la cuestión, en línea con el primer ministro Benjamin Netanyahu. Al parecer, afirmó que Israel no escucharía las críticas del exterior y bloquearía los convoyes de ayuda a Gaza. También subrayó que Gaza se vería privada de servicios esenciales como agua, electricidad y combustible si no se liberaba a sus prisioneros. El desarrollo de la situación pone de relieve la compleja dinámica geopolítica y las profundas consecuencias humanitarias para la población de Gaza.

En medio de este caos, las maniobras políticas internacionales y nacionales del primer ministro Benjamin Netanyahu subrayan la complejidad de la situación. Se prevé que la unidad del actual gobierno israelí sea efímera, ya que es probable que las diferencias ideológicas resurjan tras la crisis y pongan fin al mandato del primer ministro Netanyahu. La presencia de decenas de prisioneros israelíes en manos palestinas aumentará la probabilidad de la destitución de Netanyahu.

La ilógica exigencia israelí de liberar a más de 130-150 prisioneros y cuerpos israelíes (más de nueve murieron en el bombardeo israelí) recuerda, de hecho, a conflictos anteriores relacionados con Gaza, en los que se produjeron situaciones similares y no se cumplieron las condiciones de Israel. La respuesta internacional más amplia ha levantado ampollas, sobre todo entre figuras influyentes como el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Su percibido apoyo a acciones que podrían equivaler a crímenes de guerra según el derecho internacional, como atacar a civiles y privarles de recursos esenciales como agua, alimentos y electricidad, sienta un precedente preocupante. Los críticos argumentan que una postura así podría alentar acciones similares en otros conflictos, como la situación actual en Ucrania o futuras guerras.

Pero la situación en Gaza es especialmente grave. Las declaraciones de funcionarios israelíes, como la declaración de intenciones del ministro de Defensa Yoav Galant de diezmar la ciudad y su clasificación de todos los miembros y funcionarios de Hamás como objetivos legítimos, apuntan a un conflicto prolongado e intenso. La principal preocupación en medio de esta postura militar es el aspecto humanitario. Los gazatíes están atrapados entre dos fuegos y la infraestructura de la ciudad se encuentra bajo una inmensa presión. La comunidad internacional se debate sobre cómo garantizar la supervivencia de la población civil de Gaza en medio de esta escalada del conflicto.

El conflicto en curso ha puesto de manifiesto vulnerabilidades específicas en las defensas de Israel, que las facciones palestinas están explotando. Las limitaciones del sistema de defensa antimisiles Cúpula de Hierro y los problemas de coordinación interna en las Fuerzas de Defensa israelíes han suscitado serias preocupaciones sobre una invasión terrestre limitada o a gran escala de Gaza.

El conflicto actual ha confundido muchas expectativas. El “diluvio de Jerusalén” o “diluvio de Al-Aqsa” ha centrado la atención mundial en la difícil situación de los palestinos. El impacto a largo plazo de estos acontecimientos en la psique de la región es innegable. Pero la pregunta sigue en pie: ¿Hasta dónde llegará esta guerra? ¿Cuántos países se verán implicados y engullirá a todo Oriente Próximo? La próxima semana proporcionará muchas respuestas.

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